Qué se puede esperar de un puro… y de quien los fuma

El otro día me contaba una amiga que cuando empezó a fumar sus primeros cigarrillos a su padre no le gustó mucho la idea (tendría unos 16 años) y no se le ocurrió mejor idea para que no cogiera el vicio que hacerle fumar un puro. Mi amiga, claro, se mareó y durante una buena temporada no quiso saber nada de tabaco. Esta historia me la relataba sentados tranquilamente en una terraza tomándonos una copa y fumando, ella cigarrillos y yo, un buen puro.
Para mi sorpresa en un momento dado me pidió que le dejara saborear el puro, supongo que para ver si el efecto antídoto de su padre todavía surtía efecto o si había sido cosa de su todavía no alcanzada madurez.
Naturalmente compartí el puro con la curiosidad de saber qué demonios iba a suceder después de que le diera un par de caladas. Antes, eso sí, le di dos o tres consejos para que, la experiencia fuera un poco más placentera. Le dije que, para empezar, le diera una calada corta, no muy profunda. Que dejase que su boca se impregnara con el humo y que lo expulsase poco a poco. Sin prisa. Que disfrutara del sabor y que, por supuesto, no le diera otra calada hasta que estuviera segura de que no le iba a sentar mal.
Se terminó fumando mi puro y me tuve que encender otro para acompañarla.
Y allí estábamos los dos, mano a mano, con nuestros respectivos puros, comentando las incidencias de cada calada y siendo un poco el centro de atención de las mesas de alrededor. En realidad, el centro de atención era mi amiga y el puro que se estaba fumando. Y enseguida pensé, claro, en lo extraño que aún se nos hace el ver a una mujer dando cuenta de un buen habano, lo que me llevó a la reflexión de lo erróneos que son muchas veces los planteamientos o los prejuicios que tenemos ante determinadas acciones o actitudes de nuestra sociedad.
El mundo del puro me ha relacionado con mucha gente. Claro, alguno pensará que yo ya estoy suficientemente relacionado por mi trabajo y que no me hace falta fumarme un puro para iniciar una conversación. Lo admito. Pero no es menos cierto que enseguida se establece una complicidad entre dos personas, o más, unidas por un deseo, un sabor, tamaño o vitola de nuestros respectivos vegueros. En el caso de la mujer, todas estas sensaciones se multiplican. Quizás por la falta de costumbre o por la imagen que pueda dar saboreando un puro como lo pueda hacer un hombre.
Aunque el detalle de ver a una mujer fumando un cigarro comienza a ser frecuente, no quiere decir que no le confiera un algo especial y no nos llamé más la atención que ver ese mismo puro en las manos de un hombre”
Recuerdo lo que un amigo me dijo sobre el hecho de que una mujer pudiera fumarse un puro: “¿Qué se puede esperar de una mujer que fuma puros?”. La pregunta puede tener varios matices. Prefiero quedarme con el de sorpresa y casi admiración por producir la incorporación de la mujer al Tabaco, con mayúsculas. Todavía tengo fresco en la memoria el saludo que tuve oportunidad de intercambiar con Sara Montiel en un restaurante de la Cava Baja madrileña cuando, puro en ristre intercambiamos una mirada cómplice a modo de brindis con nuestros respectivos habanos. Y siempre, no sé por qué, he imaginado a la gran Sara cantando su famoso “fumando espero al hombre que yo quiero” con un puro en lugar de un simple cigarrillo.
Decididamente, la mujer está cada día más integrada y valorada en la sociedad. En TVE, sin ir más lejos, los responsables del contenido de los telediarios son mujeres. Y las mejores en imagen son las presentadoras. Se lo han ganado a pulso, eso está claro. Y aunque el detalle de ver a una mujer fumando un cigarro comienza a ser frecuente, no quiere decir que no le confiera un algo especial y no nos llamé más la atención que ver ese mismo puro en manos de un hombre.
La delicadeza o la feminidad de la mujer no se pierde ni por el tamaño del puro ni siquiera por fumarlo… Normalicemos la situación y compartamos con ellas también el placer de fumar un buen cigarro.